En la tarea de la crianza se refleja el modelo que aprendimos de nuestros padres y/o cuidadores, es decir, reproducimos con nuestros hijos lo que aprendimos, reaccionamos como lo vimos en otros y corregimos como lo hicieron con nosotros. Saber esto nos permite hoy tener un punto de referencia y ser más asertivos generando un equilibrio en lo que hacemos y transmitimos.
De acuerdo con lo anterior es pertinente que nos preguntemos ¿mi hijo (a) me respeta o me teme?
Estudios de neuropsicología han comprobado que el tono de la voz, la gestualidad, y las expresiones de acuerdo a su intensidad, generan prevenciones y temores que, acompañado de una conducta fuerte en la disciplina, pueden afectar emocionalmente y generar comportamientos inadecuados en los niños y niñas.
Cuando gritamos, hacemos gestos fuertes, utilizamos un tono de voz agresivo o reaccionamos impulsivamente, estamos haciendo que se encienda un mecanismo de defensa en nuestros niños que les bloquea, produciendo que responda a lo solicitado, más como supervivencia, pero no como obediencia.
Cuando nos dirigimos a los niños a través del diálogo, utilizando palabras asertivas, un tono de voz firme, pausado y tranquilo, estamos garantizando que los niños y niñas se centren en nosotros y puedan escuchar las instrucciones, pero, además, si les ayudamos recordándoles las normas establecidas (visualmente) y les enseñamos límites claros, facilitaremos que puedan regularse.
RESPETO | TEMOR |
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Evaluemos cuál de estas dos respuestas estamos generando en nuestros hijos e hijas a partir de nuestras conductas y acciones.
La clave está en nosotros mismos, en tener autorregulación, reconocimiento de las propias emociones, en generar empatía, ser claros y firmes. Recordemos que, se aprende de lo que se ve, de lo que se hace, pero más de lo que somos.
Anyelly Martínez Alonso
Psicóloga
Unidad Infantil Philos Kids