(Basado en Disciplina Consciente / Conscius Discipline)
Al empezar a hablar sobre acompañamiento emocional, lo primero que es importante preguntarse es: ¿cómo me siento cuando mi hijo (a) está reaccionando desbordadamente? ¿Qué intención tengo cuando le digo algo? ¿qué es lo que busco con lo que hago?
Generalmente las respuestas que se dan a dichas preguntas, se dirigen a calmar o cambiar el comportamiento de los niños, más que a revisar la forma en que cómo adultos realizamos el acompañamiento. Poner en estos términos las preguntas iniciales es el primer paso para comprender que la forma en cómo reacciona el adulto es determinante en la manera como los niños (as) aprenderán las habilidades para transitar por sus estados emocionales.
En muchas ocasiones la forma de reacción de los cuidadores corresponde a los modelos de crianza que se reciben desde casa, lo natural a la hora de ejercer la paternidad es que emerjan de manera espontánea las palabras, acciones, reacciones y formas que recibimos de nuestros padres, aquellas prácticas que se repiten, aunque existan sospechas de que no siempre sean la mejor forma de hacerlo. Frases que intentan minimizar o controlar el comportamiento, cómo: “no es tan grave”, “cálmate”, “deja de llorar”, “Eso solo es por llamar la atención”, “deja el show”, “no le pongas cuidado”, o acciones como distraerlos con otra cosa para sacarlos de la emoción.
Sin embargo, aunque lo anterior puede producir que el niño pare de llorar o cambie algún comportamiento, no se le está enseñando la habilidad que necesita para aprender a transitar por sus emociones y expresarlas de manera asertiva.
Lo natural en los niños es que no siempre pueden verbalizar lo que les generan las diferentes situaciones, por lo que lo manifiestan en su cuerpo o en comportamientos como irritabilidad, ansiedad, estar temerosos, desobediencia, demandan más atención de parte de los padres y/o cuidadores, agotamiento, cambios en sus hábitos alimenticios, dificultades para dormir, cambios en el control de esfínteres, somatizaciones corporales (dolores de cabeza, dolor de estómago, etc), resistencia a escuchar la voz de los papás.
Por esto es vital comprender que cuando un niño evidencia un comportamiento de este tipo, es porque está pidiendo la ayuda de un adulto que le acompañe en sus estados emocionales y le apoye en el aprendizaje de las habilidades que requiere. Para esto, la mirada del adulto debe dar un giro de ver el “mal comportamiento” como un capricho o necedad, para verlo con una mirada más compasiva que lee estas reacciones como un llamado de ayuda y como la oportunidad para el desarrollo de la inteligencia emocional.
¿Cómo acompañar?
Es importante ser conscientes que todo esto se encuentra atravesado por nuestros estados emocionales, por lo que es fundamental reconocer cómo me estoy sintiendo frente a la situación que acontece, para poder gestionar mi reacción. Para ello se recomienda que antes de reaccionar desde el enojo, la frustración o el malestar que pueda generar la situación vivida con el niño, pare, respire y piense ¿Qué habilidad necesita aprender él y cómo puedo enseñarla?
¿Cómo puedo hacerlo?
El objetivo es que el niño se sienta conectado y comprendido por el adulto, por ende, se recomienda:
- Nombrar la emoción: Bríndale un espacio al niño en donde pueda hablar de lo que está sintiendo. Si el niño no logra poner en palabras lo que siente, cuéntale la historia de lo que le está pasando, copia su expresión gestual y corporal como si fueras su espejo: Conectar el sentir, con la palabra, para así organizar la experiencia.
Por ejemplo:
“Estás triste, tus ojos y tus cejas se ven así, tus manos están así… se te rompió tu juguete favorito…”
En caso de que el niño se encuentre muy desbordado, una forma de acompañarlo es estando a su lado guardando la calma y con voz asertiva decirle “estoy aquí para acompañarte” “estás seguro” “cuando quieras acercarte o hablar estoy para ti”. Son frases cortas debido a que en dichos estados emocionales el niño no escucha ni puede reflexionar sobre lo que sucede.
- Validar la emoción: A veces usamos expresiones como: “no llores, eso no es nada”, “no le pongas cuidado”, sin embargo, se le brinda mayor ayuda al niño, si se le expresa que es importante cómo se está sintiendo.
Por ejemplo: “Entiendo que estás triste porque se rompió tu juguete favorito, es válido frente a esta situación sentirse así; yo también me sentiría así…”.
- Brindar opciones: Es importante que el niño logre identificar que existen otras formas de expresar la emoción, además de las palabras. Por eso, darles otras opciones puede facilitar a los niños este proceso y les enseñará formas más sanas de transitar y expresar sus emociones.
Por ejemplo: Dibujar y pintar en un papel lo que se está sintiendo, rasgar hojas, apretar o golpear una almohada o cojín. Estas pueden ser formas para expresar la emoción.
- También se le pueden brindar opciones para intentar resolver la situación o tomar una decisión. Se sugiere que se le den dos opciones de lo que sí puede hacer y una de lo que no puede hacer, permitiendo al niño que escoja lo que prefiera.
Por ejemplo: puedes intentar arreglar el juguete (si es posible), puedes buscar otro que también te guste mucho, pero NO puedes tirarlo o golpear.
Es vital tener en cuenta que las opciones se brindan sólo si el niño ha logrado calmarse, porque de lo contrario no estará dispuesto a escuchar ni pensar sobre lo que se le dice.
“Los niños necesitan adultos que acompañen, no adultos que censuren el sentir”
Lenny González, Juanita Salcedo, Isabella Rodas
Departamento de Psicología Elementary